07 mayo 2013

THE LORDS OF SALEM (2012) (REVIEW)

Érase una vez, el cine de horror satánico. Quizás ese debiera haber sido ser el título de la nueva obra del muy irregular pero siempre sorprendente Rob Zombie. En su filmografía abunda la suciedad y un enfoque salvaje y seco hacia la violencia que generalmente ha colisionado con su siempre, casi subconsciente, subterráneo enfoque estilístico puramente visual. En este conflicto habitualmente  ganaba el pulso la parte más realista y visceral que, especialmente en su último triunvirato de películas, llamaban a las fases más vintage del slasher de los setenta o primeros ochenta. Si bien los delirios más plásticos del cantante ya se dejaban entrever en algunas secuencias de su Halloween II (2009) , era en su debut  donde realmente se postulaba como un esteta del horror, uno a tener en cuenta, aunque sin ningún poderío narrativo visto en momento alguno de su carrera.

En su última película , renuncia absolutamente al argumento, hilando con hebras de cristal una trama delgada e inconsistente para abrazar con una increíble seguridad en si mismo, la locura del delirio surrealista, el capricho onírico bien entendido y la forma sobre el contenido a la manera de grandes incomprendidos como Lucio Fulci, Ken Rusell, Rollin ,Franco... aquellos enfants terribles de aquel cine oscuro, donde la representación ultima de lo macabro generaba una inquietud simiente, a partir de las imágenes y no a través de la narración más clásica. Zombie no es ninguno de aquellos, desde luego, pero no puede ser más respetuoso con su manera de entender el cine, quizá no del gusto del espectador mayoritario, pero sin duda un factor demasiado olvidado en el panorama de secuelas, remakes, deconstrucciones y enumeraciones que sufre el cine de género de nuevo siglo.
The Lords of Salem es ante todo una vista atrás al cine de brujería y satánico inglés e italiano de la gran era de oro del fantástico europeo. No era difícil encontrarse con decenas y decenas de películas en las que se detallaba la venganza sobrenatural de una bruja quemada en tiempos de inquisición, que regresa para vengarse de los descendientes de sus verdugos. Apenas tímidos destellos de resurrección en los últimos tiempos como Silent Hill (2006) que, como ésta, debía mucho de su estética y argumento a la obra maestra pre-hammer Horror Hotel (1960). Aunque viendo el videoclip de la canción de Rob Zombie que inspiró el título pareciera que la película tomaría la ruta de  otra corriente, los procesos y torturas a brujas, con Witchfinder General (1968) a la cabeza, el enfoque es totalmente fantástico, y los flashbacks a la antigua Salem son  algo así como si el Bava de La máscara del Demonio(1960)  hubiera dirigido un remake de Haxan (1922) para La Tigon.
Con ese punto de partida, el inefable Zombie se dedica a completar un guión de no más de tres páginas, no muy distinto a la TV movie The Devonsville Terror (1983), con toda la imaginería que le apetece, sin rendir cuentas ante nadie. Ahí están los típicos y farragosos tratamientos de personajes, casi siempre lastrados por su obsesión exhibicionista y algunas filias que sólo le interesan a él, resultando fríos ,extraños e incluso innecesarios. Pero afortunadamente ni siquiera él mismo se preocupa en que éstos tengan peso en la trama ya que lo que cuenta es el viaje, la experiencia. Sería inútil encontrar referentes directos en su trama argumental porque no es más que un reciclaje arquetípico de la “trilogía de los apartamentos” de Polanski, aunque probablemente el director haya recuperado más del clásico oculto que es la Centinela (The Sentinel, 1977) que ya explotaba las implicaciones satánicas de sus precedentes.  Para los que no compren tan fácilmente las intenciones de Zombie, puede decirse que efectivamente, su empresa no es para todos los  gustos, que está claro que no estamos ante un Kubrick o un Jorodowsky, aunque el surco de su presencia es más un motivo de agradecer hoy por hoy. Con todo, Lords of Salem debería considerarse sencillamente, como una locura deliciosa y diferente, un exabrupto  satánico que recoge la esencia última del celuloide satánico, un Art House horror para los Multiplex a la manera que Tarantino pudiera recuperar la esencia de Kenneth Anger a través de, por ejemplo, Viaje Alucinante al fondo de la mente (Altered States, 1980).