26 marzo 2010

EL LIBRO DE ELI
(REVIEW)
La evolución de blockbuster norteamericano desde los noventa parece haber seguido una relación simbiótica con el desarrollo de los efectos especiales, centrándose cada vez más en una serie de secuencias de espectáculo puro hilvanadas mediante una muy delgada línea argumental. Los tiempos en los que se llegaba a pagar un millón de dólares por un buen guión o una buena historia cambiaron por otros nuevos donde se buscaba el más difícil todavía y la técnica buscaba el entretenimiento a través de la acción combinada con diálogos en dosis más o menos regulares. Sin embargo, empiezan a abundar ejemplos de cine que, como El libro de Eli, ni siquiera logran administrar bien la acción, confiando en una capacidad narrativa que no llega a los estándares básicos para aguantar su visionado durante dos interminables horas.
Los primeros planos, con su color crudo y fotografía quemada, crean la impresión de estar ante una posible versión en clave serie B (aunque con un presupuesto cuatro veces mayor) de La carretera (The Road, 2009), con un inicio que muestra el mismo tipo de paisajes desolados y habitantes solitarios, peligrosos y sin escrúpulos. Pronto, el escenario cambia los vastos derrubios desolados por una pequeña población que intenta reiniciar una civilización con reglas y el nuevo orden del villano de turno, un Gary Oldman en modo “cara de conde rumano”, que recuerda demasiado a situaciones vistas en post-apocalipsis de siempre como Mad Max III (Mad Max Beyond the Thunderdome, 1986) o de la última década como Doomsday (Doomsday, 2008) o La tierra de los muertos vivientes (Land of the Dead, 2005) (1).Terminado el primer acto de la película, la discreta acción se ve relegada a escenas aisladas que intentan mantener el interés en un tedioso rifirrafe pseudo-filosófico de risible guión. Sin desmerecer los trabajos de los actores principales, en especial el siempre correcto Washington, la película roza los límites de la idiotez en sus incongruencias de argumento (que el guionista nos diga qué marca de Ipod usa el protagonista treinta años después del holocausto), y es tan pobre e impostada en su estética que incluso una explotation italiana de los ochenta resulta más genuina y, evidentemente, mucho más divertida. No es menos plomiza e innecesaria la exploración sobre la religión que ofrecen los hermanos Hughes. Todo ello lastrado por una duración excesiva, con diversos anticlímax que se adivinan a la legua a pesar de su tramposo desarrollo. Lo más interesante se resume en el misterio que rodea al personaje de Eli, cuya única misión es portar una Biblia hacia el oeste del país. El punto de partida es idéntico al del cómic Sólo un peregrino (Just a Pilgrim, 2001-2002), de Garth Ennis, con un personaje errante y solitario que porta una Biblia mientras camina por una tierra quemada por el sol. No hace falta esperar hasta el final para reconocer la inspiración en el popular personaje japonés Zatoichi, que también sirvió de base para crear al héroe de Furia ciega (Blind Fury, 1989). Ni siquiera los tímidos coqueteos con el western logran alejar el producto de la medianía y el ocasional aburrimiento, salvo quizás esa tronchante comunidad de beatnicks que El libro de Eli se guarda bajo la manga, sazonando todo con una solemnidad envidiable en su desvergonzada desfachatez.

Notas:


(1) Una conversación entre el personaje interpretado por Gary Oldman y Denzel Washington copia frases del diálogo entre el villano Kauffman y Riley en la infravalorada cinta de Romero. En la película de Marshall, un oscuro Malcolm MacDowell reina en una civilización que imita la Edad Media. Curiosamente, aquí interpreta un personaje con la misma entidad pero en el “bando” opuesto.