

El cine Español y sus artífices y productores nunca han dedicado demasiada atención a otras formas de presentar historias diferentes de las que ellos mismos consideraban dignas de ser realizadas. El cine de Género en nuestro país ha sido casi siempre maltratado e injustamente ignorado. Desde los ochenta, fue constante esa fuerte huída de lo que se consideraba como insulto al arte, fecundada y potenciada por personajes nefastos y políticas que fomentaban (y lo siguen haciendo) la endogamia de un buen puñado de parásitos que han llevado a cabo sus delirios artísticos alimentándose de arcas públicas y subvenciones a saco roto. Bosque de sombras no es sólo la confirmación de que dicha huída podría estar empezando a remitir, sino que puede que sea la llave que abra el camino a otros jóvenes cineastas que no han crecido influenciados por las frivolidades vacías y chabacanas de Almodóvar, sino por Dante, Donner o Lucas. La “Ópera prima” de uno de los gladiadores de esta nueva forma de ver el cine español, Koldo Serra, es una de las muestras más sólidas de cine de género que ha dado nuestro país. No sólo es una pieza insólita en su contexto de cine patrio, sino que su sola existencia, su solo concepto, es ya una victoria en sí mismo. Prueba de ello es la adquisición de derechos de distribución en Estados Unidos por una de las firmas independientes más potentes: Lionsgate Films, culpable en buena manera del resurgir de ciertos parámetros setenteros en el nuevo cine de horror americano.
Bosque de sombras no es una cinta de horror, ni siquiera una película de género supervivencialista al estilo de La presa (Southern Comfort,1981) de Walter Hill. No habría una forma de clasificarla correctamente de modo que su público potencial acabara encontrando en ella lo que inicialmente imaginó. Quizás la única definición posible para ella es la de “drama violento” o “thriller dramático”. La película construye una situación en la que la atmósfera de violencia está siempre presente y en la que, poco a poco, se producen ciertas transformaciones en los personajes que pueblan la película y en la que los detalles y la forma se convierten en algo mucho mas poderoso que lo que realmente cuenta, algo tan sencillo que el guión en algunas ocasiones es demasiado funcional. Muchas veces una sola frase escondida o imágenes aisladas son una pequeña pieza que cobra sentido en momentos más avanzados del relato.
Ambientada en los setenta, la película se adentra en el mundo rural del País Vasco evitando muy inteligentemente cualquier lectura politizada, ya que el conflicto en la cinta no va mas allá de la propia situación geográfica de los hechos donde transcurre, pudiendo ser los personajes autóctonos rednecks de cualquier pueblo americano o de cualquier otro punto de España. Esta deliberada opción de ambientarla en los setenta no es baladí, ya que Bosque de sombras podría haber salido directamente de esa década y su factura remite constantemente al cine que vimos en esa época dentro y fuera de nuestro país. Son inevitables las menciones a Defensa (Deliverance,1972) De John Boorman y sobre todo a Perros de paja (Straw Dogs,1971) de Sam Peckinpah, con la que guarda notables similitudes argumentales y más de un homenaje nada encubierto. Pero, a pesar de esta fuerte influencia de cine americano en su factura, presentación y potentísimo arrojo visual, no deja de ser una cinta muy mediterránea, con muchos momentos de puro Wenstern de Leone y con precedentes hispanos como Furtivos(1975) de Jose Luis Borau.
En sus 93 minutos de metraje, Serra se toma su tiempo para presentar personajes y contextualizarlos en un ambiente cada vez más opresivo, hasta que en el tercer acto los personajes ya son parte de un camino del que no hay retorno posible y la lluvia se convierte en un nuevo e inesperado jugador más, del que cada trueno y cada sonido es tan importante en la puesta en escena como las miradas de los personajes y las siluetas de éstos, con rifle en mano. Uno de los más importantes factores de que la película funcione son, por tanto, los sonidos, un impresionante trabajo que ya desde los rugidos de los motores de los coches en los que viajan los protagonistas llama la atención por su cuidada presencia. Esto contrasta con la economía musical, que, además de ser casi inexistente, es en su mayoría muy minimalista y reservada para momentos puntuales, en total poco más de una décima parte del minutaje. Sin música que apoye a las imágenes, la película es un ejercicio de sobriedad que ayuda a separar los lazos del director con los protagonistas, evitando convertir a víctimas en seres mejores o asesinos en villanos. Así, se da al espectador la oportunidad para juzgar por sí mismo la tonalidad de los personajes, evitando superfluos y prefabricados juicios éticos.
Pese a sus innegables virtudes, la película tiene sus pequeños problemas: la violencia se masca y se deja oler, pero está un poco contenida y algo suavizada en determinados momentos. Además, como se comenta más arriba, el guión no es todo lo potente que podría haber sido, o, al menos, el que el poderío visual de la película requeriría. En muchos momentos inyecta naturalidad, pero no consigue elevar la relación de los personajes de Norman y Lucy al nivel que podría (o debería) haberla llevado. Hay actuaciones que no son todo lo consistentes que uno pudiera desear, en gran parte por los problemas que supone rodar en inglés, ya que el esfuerzo de pronunciación de actores españoles es muchas veces insuficiente y eso es un problema de cara a la presentación de estos productos, destinados casi más al mercado internacional que al patrio. Afortunadamente, la mayoría de los actores ofrecen un buen trabajo donde brilla con luz propia Gary Oldman, en uno de sus mejores papeles, que, pese a ser un reclamo de cara al público, en la película pasa a ser uno más del reparto. La otra estrella es el inmenso Lluis Homar y toda su cuadrilla sin excepción, los lugareños, que son de lo mejor de la película.




