LA CASA DE LAS VENTANAS QUE RÍEN
El germen de la obra es una vieja leyenda de un pequeño pueblo italiano que inspiró al director para dar forma a su historia de intriga, tratando de impregnar de esa sabiduría del boca a boca, de viejas tradiciones desconocidas, a una trama adaptada a los modos del cine de suspense y terror. La historia de un pintor maldito del que parece estar prohibido hablar en su pueblo va siendo descubierta por el encargado de restaurar un fresco del artista. El estilo de Pupi Avati resulta más elegante y contenido que la mayoría de sus coetáneos italianos, y la forma de captar las imágenes huye del barroquismo de la fotografía transmitida por Bava para adaptarse a un encuadre más realista y crudo. Sin embargo, conforme la trama va haciéndose más opresiva, la luz de la película va variando y tomando distintos carices. Muy suavemente, el director mueve todas las piezas de la producción para que lentamente las imágenes se adapten a la pesadilla en la que se va adentrando el protagonista. Si bien el descubrimiento de la verdad transcurre de una manera sutil pero segura, esto es tan encomiable como en ocasiones tedioso, ya que la poca permeabilidad con la que fluyen los acontecimientos hace que el ritmo sea en ocasiones excesivamente pausado.
Durante la película el protagonista va contactando con diversos personajes del pueblo que conforman un mural alrededor del hilo conductor de la narración sin llegar a estar necesariamente implicados en ella. La finalidad de mostrar a los habitantes del pueblo y su poco cristalina posición con respecto al protagonista, es crear lentamente una atmósfera de aislamiento en torno al restaurador que no encuentra su pleno sentido hasta los mismos minutos finales en los que se nos muestran los terribles secretos con los que todo el pueblo convive sin inmutarse. Hay algunas licencias hacia el fantástico que no quedan resueltas y otras insinuadas, pero donde Avati procura crear miedo es en los detalles siniestros que va dejando durante el metraje: el poder sugestivo de las pinturas de la agonía, las sombras en las ventanas, las voces que intentan disuadir al joven o la propia grabación del pintor maldito..., todas acompañadas por una misma partitura inquietante formada por pocas notas que repiquetean de forma constante. La casa dalle finestre che ridono es una obra justamente reivindicada que muestra los buenos resultados del director Pupi Avati en sus escasos acercamientos al horror. Su estilo controlado y sereno no trata de esconder la sordidez de la historia, que explota de forma salvaje en sus angustiosos momentos finales
(REVIEW)
La contribución más significativa de Pupi Avati al cine de género europeo es una pieza única en su especie, inclasificable en las corrientes del horror proveniente de Italia, llegándose a calificar por algunos autores como giallo, pese a tener pocos elementos identificativos que la pudieran incluir en dicha corriente. Sin entrar en consideraciones relativas a su condición de thriller, cinta de horror o costumbrista, lo cierto es que la aportación del director italiano es una de las incorporaciones más interesantes al terror europeo de la década de los setenta. La perspectiva de Avati es más física, más terrenal, que la de muchos de sus colegas. La fascinación por el universo rural y sus fantasmas y leyendas son la fuente de inspiración confesa del director al plantear su proyecto. Ya encontrábamos acercamientos a este medio en otras obras de autores adscritos al horror como Lucio Fulci, que en su Angustia de silencio (Non si sevicia un paperino, 1972) también retrataba una parte de la Italia más profunda y supersticiosa con un peculiar acercamiento al giallo que precede en forma y fondo a La casa dalle finestre che ridono. Un Fulci aquél relativamente más contenido de lo habitual, y que tampoco ocultaba un cierto anticlericalismo que no es difícil encontrar en la película de Avati.El germen de la obra es una vieja leyenda de un pequeño pueblo italiano que inspiró al director para dar forma a su historia de intriga, tratando de impregnar de esa sabiduría del boca a boca, de viejas tradiciones desconocidas, a una trama adaptada a los modos del cine de suspense y terror. La historia de un pintor maldito del que parece estar prohibido hablar en su pueblo va siendo descubierta por el encargado de restaurar un fresco del artista. El estilo de Pupi Avati resulta más elegante y contenido que la mayoría de sus coetáneos italianos, y la forma de captar las imágenes huye del barroquismo de la fotografía transmitida por Bava para adaptarse a un encuadre más realista y crudo. Sin embargo, conforme la trama va haciéndose más opresiva, la luz de la película va variando y tomando distintos carices. Muy suavemente, el director mueve todas las piezas de la producción para que lentamente las imágenes se adapten a la pesadilla en la que se va adentrando el protagonista. Si bien el descubrimiento de la verdad transcurre de una manera sutil pero segura, esto es tan encomiable como en ocasiones tedioso, ya que la poca permeabilidad con la que fluyen los acontecimientos hace que el ritmo sea en ocasiones excesivamente pausado.
Durante la película el protagonista va contactando con diversos personajes del pueblo que conforman un mural alrededor del hilo conductor de la narración sin llegar a estar necesariamente implicados en ella. La finalidad de mostrar a los habitantes del pueblo y su poco cristalina posición con respecto al protagonista, es crear lentamente una atmósfera de aislamiento en torno al restaurador que no encuentra su pleno sentido hasta los mismos minutos finales en los que se nos muestran los terribles secretos con los que todo el pueblo convive sin inmutarse. Hay algunas licencias hacia el fantástico que no quedan resueltas y otras insinuadas, pero donde Avati procura crear miedo es en los detalles siniestros que va dejando durante el metraje: el poder sugestivo de las pinturas de la agonía, las sombras en las ventanas, las voces que intentan disuadir al joven o la propia grabación del pintor maldito..., todas acompañadas por una misma partitura inquietante formada por pocas notas que repiquetean de forma constante. La casa dalle finestre che ridono es una obra justamente reivindicada que muestra los buenos resultados del director Pupi Avati en sus escasos acercamientos al horror. Su estilo controlado y sereno no trata de esconder la sordidez de la historia, que explota de forma salvaje en sus angustiosos momentos finales